DIARIO
DE LA MARINA
LA
HABANA - CUBA
COSTUMBRES GADITANAS:
EL CARNAVAL
En febrero de 1845, concretamente los días 1, 2 y 3, el
Diario de la Marina, órgano oficial del apostadero de la Habana (Cuba),
publicaba un artículo titulado COSTUMBRES
GADITANAS: EL CARNAVAL. Un artículo muy rico en datos y detalles que nos da
una visión a 170 años, de cómo se celebraban las fiestas de carnaval en la
ciudad de Cádiz. El autor de dicho
trabajo, el cual lo firma con las iniciales
J.C. refleja pormenorizadamente y
con todo lujo de detalles la secuencia de los tres días de carnaval vivido por
los gaditanos.
Los responsables del periódico, dividieron el mencionado
artículo en tres partes, incluyendo cada una de ella en los días consignados,
1, 2 y 3 de febrero de 1845.
Nosotros, en esta página del Aula de Cultura del Carnaval de
Cádiz, haremos lo mismo, divulgaremos el artículo en tres días. Anteayer os
acercamos la primera parte, ayer la segunda y hoy la tercera, tal como salió en el Diario de la
Marina y para mayor comprensión y mejor lectura lo hemos transcrito en Word.
Que lo disfruten.
TERCERA PARTE.-
DIARIO
DE LA MARINA
LA
HABANA - CUBA
COSTUMBRES GADITANAS:
EL CARNAVAL
(I)
(Concluye)
Es
la media noche y el inmenso gentío, que obstruía el tránsito de las calles, ha
disminuido notablemente; cruzándose en todas direcciones, y con la mayor
regularidad, comparsas que se dirigen a los teatros, bailes públicos o casas
particulares donde con anticipación las convidaron. Éstas acostumbran remitir
un billete de convite a los directores de comparsas, los cuales desde luego se
creen en el deber de llenar semejantes compromisos, como una obligación
honrosa.
Desde
el anochecer están completamente iluminados los salones donde se les espera,
con un ambigú magnifico para obsequiarles. La diversión que proporcionan las
comparsas a estas reuniones familiares, consiste generalmente, en ejecutar
vistosas y bien ensayadas contradanzas tras de las que entran tandas de
rigodones, mazourkas y bailes nacionales; se representan chistosísimos unipersonales
(relaciones) y se cantan los graciosos aires andaluces.
El
forastero que en esta hora se encuentra en la calle, no necesita conocer a
nadie, para divertirse a la par que los naturales de aquella ciudad: la
franqueza gaditana es proverbial, y con sólo incorporarse a las familias, que
acompañan a las comparsas, velando a los jóvenes que las componen, es admitido
en todos los salones a que aquellos concurren, participando de los mismos goces
y deferencias que los demás. Los sitios que más frecuentan las comparsas son
los teatros, donde aguardan las horas de cita, para concurrir a las casas donde
están convidados, y como en aquellos teatros cada uno compra con el billete de
entrada, el derecho de salir y entrar durante la noche, siempre que guste, he
aquí por lo que nadie está sujeto a sufrir toda la noche en un baile, so pena
de perder el importe de la entrada, como sucede con el Mogol.
Las
horas avanzan y las calles quedan casi solas. Los acólitos de Baco, los
plañideros sempiternos del mutilá y del congratulámini, en una palabra, las
gentes del bronce cuyo lema en estas noches se reduce a estas palabras: hasta
el día que lo demás es majadería, van formadas a manera de patrullas entonando
alguna zurrada canción con sus aguardentosas voces, y acompañándose con el
primer instrumento que el mismo diablo les depara. Así que el consabido néctar
que hace hablar a las torres, ha producido su efecto ordinario, cada cual se
alberga en el primer portal que cierto santo le depara.
Los
asientos de los paseos públicos, las puertas de las casas, los zaguanes, todo
se transforma en la posada de la Estrella, hospedería magnifica que siempre
brinda un asilo al triste peregrino, a quien pesa más la cabeza que los pies,
esto es; si no está muy en boga el Bando del buen gobierno… la facilidad de
echarse uno donde mejor se le antoje (si lo dejan) y la de ir a pie a todas
partes, son las principales bellezas y la gracia más especial que debemos a la
sabía naturaleza.
Al
toque de Ave María, vuelven a llenarse las calles de gentes con máscaras o sin
ellas, y los refugiados a la dicha posada se ven precisados a quitarse de en
medio, porque las insinuacioncillas de puntillones, triqui-traques y garbanzos
con misto, son bien significativas… Cada cual recoge su sombrero, careta o
turbante, si es que sucede la rara casualidad de encontrarlos donde se cayeron,
y las que presencian estas escenas no lloran por cierto. Por un lado se desliza
uno sin sombrero y a veces sin otras cosas; por otro un morito que perdió en la
aventura nocturna la careta, jaique y turbante, sale como un taco con la cara
vuelta hacia la pared, presentando el perfil más risible que darse puede. Aquí
un beodo se hace firme de unas rejas, mientras que otro unas veces en dos y
otras en cuatro pies, trata de coger un albergue que no sea de la Estrella y
aunque sea el del Sol, con tal de no apercibirse de tan blandas insinuaciones.
Allí
está otro hermano de la cuerda, empeñado en arrancar una peseta del suelo,
donde la clavaron de intento los muchachos, y es el objeto de una atronadora
gritería de ¡lárgala que no es tuya! ¡alza pastiri! y otras mil lindezas, a que
el néctar delicioso le hace acreedor.
Apenas
amanece, teatros, bailes públicos y aún las casas particulares, todo queda
desierto; la plaza de San Antonio es el rendez vous de la población. Ninguna
comparsa puede retirarse sin rendir un tributo a la parte del público, que no
tuvo oportunidad de ver durante la noche sus lindísimas evoluciones. Este es el
sitio donde cada director de comparsa debe ser juzgado, y como que las
costumbres hacen leyes ¡guay del que de ello se retrajera!
Son
las seis de la mañana, y ocho o diez comparsas están recogiendo a la vez los
aplausos que les cuestan treinta o cuarenta noches de ensayos consecutivos. La
perspectiva de la plaza en esta hora acredita el buen gusto de aquella
población; los vistosos cuanto elegantes vestidos de las comparsas, las lindas
figuras y voluptuosos grupos, que ejecutan al compás de sus respectivos músicas
las bonitas y sorprendentes alegorías que salen de los bastones de los
directores, los millares de personas que les miran, aplauden y obsequian,
tirando flores y dulces, todo esto unido a la variedad de vestidos de mil
máscaras que salen de los bailes y no se retiran sin ir a la plaza, ofrecen a
la verdad un cuadro… que cedo a mejor pincel.
Concluyen
las comparsas de bailar, y empiezan de nuevo la algazara que ha de durar todo
aquel día; en aquel momento se desbanda todo bicho y no faltan muchos que sólo
por gresca, toman por asalto los carros de la limpieza y las burras de la leche
que transitan por la mañana, y les ponen fuego en las orejas: y héteme aquí el arriero
conductor vuelto loco detrás de aquellos condenados, que montando sobre los
animales, salen a todo escape, unos vestidos de kuákeros, otros de viejas, o de
monos o de grullas.
Con
este motivo, se dejan caer de ciertas bocas aquellas pullas picantes puramente
andaluzas y se promueve más y más la gritería, los silbidos, las palmadas, y
por consiguiente el agua, los saquillos, los fuegos y los polvos vuelven a la
escena.
¡Cádiz!
Esta ciudad desventurada que en ciertos y señalados días no puede menos de
demostrar los vestigios de su grandeza, al modo de las ruinas venerables de los
monumentos soberbios de siglos pasados, conserva aún hoy en medio de su pobreza
y de sus calamidades, toda aquella dignidad, todo aquel gusto, todo aquel
espíritu de galantería y cordialidad que es propio suyo, que no se ve más que
allí y que formaba un día el orgullo de sus naturales y la envidia de los
extraños.
No
fue ciertamente lisonja, sino justicia y bien merecida, la del poeta madrileño,
cuando a la vista de su puerto cantó:
“¿Veis
aquella ciudad que de las aguas brota
y
luego escelsa hasta los cielos sube,
que
tal vez os parece nave rota
humo
lejano o transparente nube?
Aquella
es Cádiz, opulenta un día,
y
aunque en su pompa al fin hubo quebranto,
es
el lindo joyel de Andalucía;
y
cuanto allí se escucha es armonía
y
cuanto allí se ve produce encanto.”
J.C.
Fuentes:
Diario de La Marina (La Habana - Cuba) - 1, 2 y 3 de febrero de 1845.
Transcripción: Eugenio Mariscal Carlos.
Archivo: Aula de Cultura del Carnaval de Cádiz.
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